El largo curso
en la escuela de arañas había terminado. Por fin las jóvenes arañas estaban
listas para salir en busca de su nuevo hogar.
Mientras
preparaban la expedición, los maestros repetían la norma básica una y otra vez:
- Buscad una
familia con ambiente de igualdad. Recordad, son familias más felices, y si os
atrapan tendréis muchas más posibilidades de salir vivas.
El grupo de
arañas pronto encontró una primera casa. Ñaki, una de las mejores alumnas,
confirmó enseguida de qué tipo se trataba: era una familia “papá al sofá, mamá
a la cocina” de auténtico manual, la más peligrosa de todas. Como era de
esperar, la mamá y las chicas hacían casi todas las cosas, y cuando se les
ocurrió pedir ayuda, los chicos se negaron a hacer nada que fuera “cosas de chicas”.
¡Y para ellos todo era cosa de chicas! Ñaki lo tenía claro, esa era la prueba
definitiva de la falta de igualdad y de cariño. Si la atrapaban en aquella
casa, le esperaría lo peor.
Siguiendo su
viaje encontraron una familia distinta, donde chicos y chicas hacían todas las
tareas. Las repartían con tanta exactitud, que no parecía haber mejor prueba de
igualdad. “Hoy te toca a ti, mañana me toca a mí”, “Aquí, nadie es esclavo de
nadie, yo hago lo mío, tú haces lo tuyo” decían. Pero Ñaki no quiso precipitarse,
y siguió observando a tan igualísima familia. Le preocupaba la falta de alegría
que observaba, pues se suponía que una familia con tanta igualdad debía ser muy
feliz. Pero como todos hacían de todo, todos dedicaban mucho tiempo a tareas
que no les gustaban, y de ahí su falta de alegría. Así que, aunque algunas
arañas se quedaron allí, Ñaki decidió seguir buscando. Y acertó, porque aquella
familia tan preocupada por repartir todo tan exactamente no pudo mantener un
equilibrio tan perfecto durante mucho tiempo. Y así, olvidando por qué vivían
juntos, terminaron repartiendo también la casa entre grandes disputas, y no se
salvó ni una sola de las arañas que se habían quedado.
No tardó Ñaki
en encontrar otra familia con aspecto alegre y feliz. A primera vista, no
parecían vivir mucho la igualdad. Cada uno hacía tareas muy distintas, e
incluso las chicas hacían muchas de las cosas que había visto en aquella
primera familia tan peligrosa. Pero la alegría que se notaba en el ambiente
animó a la araña a seguir investigando. Entonces descubrió que en esa familia
había una igualdad especial. Aunque cada uno hacía tareas distintas, parecía
que habían elegido sus favoritas y habían repartido las que menos les gustaban
según sus preferencias. Pero sobre todo, lo que hacía única esa familia, era
que daba igual si chicos o chicas pedían ayuda, cualquiera de ellos acudía
siempre con una sonrisa. Y cuando finalmente, en lugar de “tareas de chicos o
chicas”, o “tareas tuyas o mías”, escuchó “aquí las tareas son de todos”, se
convenció de que aquella era la casa ideal para vivir.
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